No tengo del todo claro que sea acertado calificar de "drama" a una película como ésta. Más bien sería acertado afirmar que la obra maestra de Roberto Benigni está formada por dos partes, más diferentes entre sí imposible. Pero comencemos por la historia.
Primera parte: Guido (Benigni) es un soñador que se muda a una pequeña región de la toscana, en los años previos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Nada más llegar, tropieza por accidente con Dora (Braschi), una acaudalada mujer del pueblo de la que se enamora perdidamente. Gracias a su ingenio ilimitado, Guido hará lo imposible por convencer a la mujer a la que ama de que lo escoja a él, renunciando así a las insistentes proposiciones que le hace el cacique del pueblo.
Segunda parte: Transcurridos unos años, y ya en plena ebullición del fascismo en Italia, Guido, casado con Dora, se ve obligado a separarse de su mujer junto al hijo de ambos, un niño llamado Guiosue, siendo los dos trasladados a un campo de concentración. Allí, Guido hará lo imposible por ocultarle la realidad de la guerra a su hijo, fingiendo que todo se trata de un juego, cuyo premio final es un tanque.
En su sexta película como realizador, Benigni fue capaz de plasmar en la gran pantalla una historia hermosísima, como pocas veces se han visto. No sólo posee una habilidad indiscutible para retratar los horrores del holocausto nazi sino que, a la vez, presenta una historia amable a rabiar, tremendamente divertida cuando quiere, y estremecedora en todo lo que concierne al sin sentido de la guerra.
La película está llena de secuencias maravillosas: desde los incansables intentos de Guido en la primera mitad del metraje por conquistar a Dora (esa imagen del enamorado desenrollando una larguísima alfombra roja escaleras a bajo, bajo una incesante lluvia), hasta momentos tiernos a más no poder (el plano de Dora escuchando a través de la megafonía del campo de concentración la voz de su hijo y marido).
Pero, si hay que destacar un nombre por encima de todo el conjunto, sin duda alguna, ése es el de su máximo responsable: Roberto Benigni. Ganador merecidísimo del Oscar al mejor actor principal, hace que sea imposible imaginarse a un actor diferente interpretando el papel del dicharachero Guido, y borda cada secuencia en la que aparece con una entereza asombrosa (ver la secuencia en la que se inventa por completo la traducción de las órdenes que les da un oficial nazi a su llegada al campo de concentración, para que si hijo se crea la ilusión que le quiere hacer creer).
Por lo que respecta al resto del conjunto, resulta también impecable. La decoración asombra por el realismo con el que está presentada, la escenografía es magnífica (Benigni bailando bajo la lluvia recuerda a la mítica escena en que Gene Kelly chapoteaba en aquella famosa película - hasta el traje que lleva es parecido -), y la música de Nicola Piovani adorna el conjunto del film acaramelando las escenas más románticas y reforzando con garra las partes más duras y dramáticas del largometraje. En fin, magnífica por donde se mire, "La vida es bella" hace que, en honor al título, uno salga del cine con el corazón un tanto encogido, pero con la sensación de haber disfrutado de una fábula bonita como hacía mucho tiempo que nadie se atrevía (o sabía) hacer.
- MR HYDE DICE:
Vaya por delante que a mí me fastidiaron el final de la película antes de verla. Pero ello no fue impedimento para que, como dice Jeckyll, me lo pasara pipa con la primera parte de la película (el descojone durante los primeros 60 minutos está asegurado), y se me frunciera lo suyo el ojo ciego durante la segunda hora.
Ahora, es cierto que la cosa desconcierta. Tanto oír a la gente decir que si es un drama, que si los campos de concentración... y cuando la peli empieza y te pasas el rato despelotándote con las chorradas que se le ocurren a Benigni, casi crees que quienes te la han recomendado se metieron a ver otra diferente. Pero no, el drama llega casi como un relámpago, y resulta amable (cuidadín con lo que estoy diciendo) y hasta con cierta gracia la forma que tiene Benigni de contarlo.
Lo mejor del asunto - cuento esto como anécdota -, es que el padre de Roberto Benigni, cuando vio la película, le dijo a su cachorro algo así como: "menos mal hijo, que por fin has hecho una película que merece la pena ver". Olé el viejo, con un par.
En los tráiler de presentación de la peli dicen que es una "fábula de Roberto Benigni", y no les falta nada de razón. El tío da una lección tremenda de lo que el ingenio es capaz de parir, y de cómo se pueden tratar temas muy espinosos con un punto de vista amable, a la vez que resalten valores como la tolerancia, el altruismo y el amor incondicional a la familia.
Lástima que las películas que ha hecho Benigni después son una panderada de las buenas porque, al menos el menda, se muere por volver a ver algo como "La vida es bella". Pero bueno, por lo que a ésta respecta, no cabe ponerle ninguna pega. Tan sólo disfrutarla, reír con las partes divertidas, y reflexionar con las más crudas.