lunes, 28 de mayo de 2012

CINE CLÁSICO: "LA NARANJA MECÁNICA"

TÍTULO: LA NARANJA MECÁNICA

DIRECTOR: STANLEY KUBRICK

REPARTO: MALCOM MCDOWELL, PATRICK MAGEE, MICHAEL BATES, WARREN CLARKE, ADRIENNE CORRI, CARL DUERING, CLIVE FRANCIS

DURACIÓN: 135 min.

AÑO: 1971

GÉNERO: DRAMA

  • EL DR. JEKYLL DICE:
  • Si de algo no se puede calificar al maestro Kubrick es de predecible o repetitivo. Tan pronto demuestra su capacidad crítica con un alegato anti-bélico como se pasa al género épico con la historia de un esclavo romano renegado, o realiza una de las obras cinematográficas de referencia del cine de ciencia ficción. Sin embargo, no fue hasta el estreno de “La naranja mecánica” que su obra se situó a otro nivel (puede que ya iniciara tal recorrido con al metafísica de “2001: una odisea en el espacio – 2001. A space odyssey, 1968”). Polémica, fascista, ultraviolenta, o desagradable fueron algunos de los calificativos que este film recibió cuando se proyectó en los cines, a principios de la década de los setenta. Aunque, no obstante, también se le otorgaron otros calificativos como maestra, revolucionaria o fascinante. Y es que, si por algo se suelen caracterizar las numerosas obras maestras de Stanley Kubrick, es por su asombrosa capacidad de no dejar a nadie indiferente. En el caso de “La naranja mecánica”, Kubrick partió de la novela de Anthony Burgess, y de los experimentos de observación del comportamiento similares a los que había llevado a cabo el científico soviético Pavlov para narrar una de las historias más impactantes sobre corrección de comportamiento y reinserción de delincuentes en la sociedad.

    Alex (McDowell) es un joven inglés amante de la violencia descontrolada, de las drogas psicodélicas y de la música de Beethoven. Junto a sus amigos y compañeros de pandilla, da rienda suelta a su comportamiento más irascible, apaleando mendigos, montando orgías con totales desconocidas, o violando y apaleando a amas de casa. Cuando, tras una de sus sesiones de violencia, es capturado traicionado por su banda y apresado por la policía, Alex decide presentarse voluntario para un experimento de corrección del comportamiento con el fin de, así, reducir su condena en prisión. Lo que no imagina Alex son las consecuencias que tendrán en su personalidad los efectos de semejante experimento.

    “La naranja mecánica” no es un film fácil de ver. En primer lugar, por sus numerosas secuencias de violencia explícita; en segundo lugar, por el tono malsano de la historia; y, en tercer lugar, por la puesta en escena tremendamente realista de Kubrick. En lo que concierne al primer punto, la violencia de “La naranja mecánica” no hay que confundirla con la propia de películas de acción repletas de explosiones y tiroteos. Ni siquiera con las exageraciones de las torture porn que han inundado las carteleras a lo largo de la última década. Aquí, la violencia resulta impactante por el realismo de sus situaciones, y por el salvajismo y depravación con el que se perpetran dichos actos. Desde la paliza que sufre un inofensivo sin techo bajo un puente, pasando por el brutal asalto al domicilio de un matrimonio en el que violan a la mujer y apalean al marido hasta dejarlo paralítico, y rematándolo con el asesinato de una sexóloga, también en su casa. Estas secuencias están retratadas sin contemplaciones, aunque de la puesta en escena hablaremos más tarde. No obstante, sí queda claro que, para que el público entienda la decisión de poner en marcha el experimento psicológico, es necesario contemplar los descabellados actos que es capaz de cometer el personaje principal.

    En segundo lugar, nos encontramos con el tono del argumento que, irremediablemente, va ligado al tercer punto, la puesta en escena. Aparte de la violencia, “La naranja mecánica” llama la atención por la forma en que ésta queda recogida a lo largo de las más de dos horas de metraje, y en las que parece que no hay recurso narrativo que Kubrick no utilice: cámara lenta (el ajuste de cuentas entre Alex y uno de sus colegas), la cámara rápida (la orgía de Alex con dos chicas a las que conoce en una tienda de discos), la iluminación intermitente (para el proceso de “corrección” de comportamiento de Alex), los planos subjetivos (durante la mayoría de secuencias de violencia), o los planos en contrapicado (mayormente, reservado a aquellos momentos en que alguno de los personajes pierde el control sobre sí mismo –ver la secuencia en que el hombre paralítico reconoce a Alex como el violador de su mujer-). Todo ello, acompañado por los habituales travelling al más puro estilo Kubrick (el incomparable comienzo del film, con los protagonistas bebiendo leche adulterada con drogas en un psicodélico pub).

    A todo ello, hay que añadir la extraordinaria actuación de Malcom McDowell quien, a raíz de su portentosa interpretación del maníaco Alex vio condicionada su carrera como intérprete, de una manera un tanto injusta, teniendo en cuenta que en “La naranja mecánica” demostró ser capaz de llegar hasta donde pocos actores se atreven a hacerlo. Pero, si hay un nombre por encima del resto que merezca la pena destacarse en “La naranja mecánica”, desde luego, ése es el de Stanley Kubrick. El cineasta es capaz de sacudir hasta los cimientos la sensibilidad del espectador, aunque no de forma gratuita, sino siempre con la intención deliberada de dar que pensar al público. Y es que el mensaje de “La naranja mecánica” está bien claro: no es ni más ni menos que una clara demostración de lo que sucede cuando al individuo se le priva de cualquier capacidad de defensa, aunque esto se haga con el fin de evitar el afloramiento de brotes psicóticos. Por ello, la destrucción casi total del personaje resulta inevitable, incluso a manos de quienes se encontraban en su misma línea.

    Así pues, con independencia de que “La naranja mecánica” sea más conocida por su contenido violento, y de que sea un largometraje complicado de asimilar, de lo que no cabe duda es de que constituye una prueba más del talento inmenso de un genio inmenso, capaz de, con una simple película, sacudir la sensibilidad y conciencia de todo el público.

  • MR. HYDE DICE:
  • ¡Ostras Pedrín, vaya película! Si ya alucinas cuando la ves ahora, ni me imagino cómo tuvo que ser hace cuarenta años, cuando salió. ¡Cómo tuvo que flipar la peña! Pero claro, estamos hablando de Kubrick, que es el único capaz de soplarse una película como “La naranja mecánica” y hacerlo así de bien. La repercusión y fama que ha tenido la peli han sido totales y, lo curioso del asunto, es que, vista ahora, hay cosas que siguen siendo sorprendentes, mientras que otras huelen demasiado a viejuno. Pero no nos adelantemos. De momento, quedaos con que “La naranja mecánica” –que no sé qué demonios quiere decir ese título, igual es que hacen referencia a algo así en la peli, pero no me acuerdo-, es una película impresionante, dura que te rilas, pero que creo que merece la pena verse aunque sólo sea una vez (yo ya voy por la tercera).

    Bien, entre lo que os decía que llama la atención –por lo bueno- es la temática. Más o menos como hizo no hace tanto tiempo una peli como “El experimento – Das Expermient, 2001”, aunque llevándolo más al límite, “La naranja mecánica” parte de una cosa muy fácil: pillar a un psicópata zumbado total y hacer experimentos de comportamiento con él. Pero claro, que decir eso no es tan fácil. En primer lugar, ves lo que hace el pollo éste y los descerebrados de sus amigos cuando “salen a divertirse” (apalear a un mendigo, violar a una mujer mientras le dan una paliza al marido y lo obligan a mirar después, o cargarse directamente a una persona). En segundo lugar, te das cuenta de la forma en que se corrige a la fuerza el comportamiento de una persona (impactante la cara del pirado cuando hacen que no pueda cerrar los ojos y le ponen imágenes de violencia a lo burro con música de Beethoven a toda paleta –y el tío aún dice que la música le parece una pasada, pero que no la pueden usar así como así… con un par-). Y, para rematar, lo que pasa cuando a una persona le quitas cualquier capacidad de defensa propia.

    Ahora, para ser totalmente sincero, os confieso que hay una parte, que es casi toda la parte final de la película, que me parece que está demasiado cogida por los pelos. Está claro que quieren enseñar qué es lo que pasa cuando al tipo éste le quitan cualquier capacidad de defenderse, pero es que las situaciones en las que se ve (y en las que recibe más estopa que un merengue en el Camp Nou). Por ejemplo, me vas a decir que de todos los sitios cochambrosos de Londres, el tío va a ir a parar justo donde está el mendigo al que le pega la paliza. O que los policías que le atienden son los mismos tarados que iban con él a hacer el burro. O que –y esto sí que ya es el colmo- que la puerta a la que llama es la misma de la casa en la que reventó a los que vivían dentro (y, encima, que el tío se ponga a cantar la misma canción que cantaba cuando les daba la paliza del siglo, ya es pa cisclarse). También chocan las escenas más normales, como cuando sus padres directamente lo echan de casa (esa escena más parece sacada de cualquier locura de los hermanos Coen que no de Kubrick).

    Pero bueno, independientemente de esto, “La naranja mecánica” es una peli estupenda, aunque hay que tener el estómago bien fuerte para aguantarla sin que te parezca súper desagradable. Toda la parte de la “terapia” en la que le meten un chute descomunal de imágenes, fotos y vídeos de violencia a ritmo de Beethoven es flipante, y casi da la misma impresión que los trozos en los que el tío se divierte apalizando a la peña. Pero vamos, que por muy fuerte que sea, “La naranja mecánica” es de las películas que, por mucho que pasen los años, la gente sigue hablando de ella y, a pesar de lo bestia que es, todo el mundo acaba sintiendo curiosidad por verla y, los más fans, por recomendarla. Yo la recomiendo, desde luego, aunque prefiero que tengáis claro qué tipo de película estaréis a punto de ver. Por cierto, y hablando de todo un poco, ¿alguien sabe por qué la peli se llama “La naranja mecánica”?