DIRECTOR: MARTIN SCORSESE
REPARTO: ROBERT DE NIRO, JOE PESCI, KATHY MORIARTY, FRANK VINCENT, NICHOLAS COLASANTO, THERESA SALDANA
DURACIÓN: 129 min.
AÑO: 1980
GÉNERO: DRAMA
Cuando, a mediados de los años setenta se estrenó “Taxi driver – Taxi driver, 1976”, el dúo Martin Scorsese – Robert de Niro se convirtió en uno de los referentes indiscutibles del buen cine del momento. Esta colaboración, sin embargo, parecería perder fuelle en los años siguientes a causa del fracaso de su siguiente film conjunto, el excesivamente pretencioso “New York, New York – New York, New York, 1978” que, para más inri, resultó ser un significativo éxito comercial. A ello, hubo que añadir los graves problemas con las drogas de Scorsese, por lo que el cineasta necesitaba volver a la primera línea de combate de la forma más prestigiosa posible. Esta “salvación” llegaría en forma de biopic: la recreación del boxeador Jake La Motta estrenada bajo el título de “Toro salvaje” que, no sólo significará un tour de force tremendo para Scorsese (pocas veces el director neoyorquino ha demostrado un dominio de la acción tan controlado y trepidante como en ella), sino que, además, representaría una de las mejores actuaciones de la década a cargo de De Niro quien, como sabrán los espectadores, llegó a engordar la friolera de veinte kilos para poder dar vida a La Motta. Y todo ello por no mencionar la excelencia del resto de miembros del reparto y, muy especialmente, de su factura técnica.
Jake La Motta (De Niro) es un boxeador obsesionado por conquistar el título mundial de los pesos medios. Para ello, su hermano Joey (Pesci), también su manager, se encarga de conseguirle los combates más beneficiosos y hacer de La Motta una estrella. Sin embargo, tras alcanzar el triunfo y casarse con una atractiva mujer llamada Vickie (Moriarty), la vida del púgil comenzará a tambalearse a causa de sus constantes coqueteos con otras mujeres, lo que hace que la estabilidad de su matrimonio se resienta, y con miembros de la mafia, que harán lo posible por servirse de La Motta para amañar combates. A ello, habrá que unir el difícil carácter de La Motta, cuyo violento temperamento le granjeará más de un problema.
Aunque lo pueda parecer, "Toro salvaje" no es una película biográfica al uso. No trata de mostrar al protagonista como una persona ejemplar, ni engrandece más allá de lo estrictamente necesario los logros que va consiguiendo por el camino. De hecho, el instante en el que La Motta se alza con el título de campeón de los pesos medios está retratado por Scorsese con la misma sencillez que si se tratara de una secuencia más del largometaje. Sin embargo, de lo que sí tiene la sensación el espectador es que Scorsese ha preferido poner toda la carne en el asador para describir el viaje a la autodestrucción del personaje, más que los hechos aislados. Así pues, no es de extrañar que la cámara se muestre rabiosa en la mayoría de secuencias de combates (tremendísima la labor de su montadora habitual, la oscarizada Thelma Schoonmaker) mientras que, del mismo modo, instantes más reservados y menos espectaculares -la relación de La Motta con su hermano, el maltrato a su mujer, los celos, etc.- son contemplados con esa misma energía sin perder un sólo ápice de vitalidad (ver el instante en el que, en mitad de una fiesta, Jake le increpa a su esposa que se pueda sentir atraída por otro de los invitados).
Por supuesto, qué decir del reparto de "Toro salvaje". De la interpretación magistral de Robert de Niro (desde el comienzo, en el que actúa como monologuista de un club hasta su reclusión en la cárcel, en la que llora mientras golpea una de las paredes de la celda, como si estuviera entrenándose), pasando por la milimetrada participación de un gran actor como es Joe Pesci, o la presencia magnética de Cathy Moriarty, capaz de decir muchísimo más con una sola mirada que con sus líneas de diálogo (ver el primer encuentro entre ella y La Motta). La interactuación entre estos tres artistas es lo que hace que "Toro salvaje" sea la película tan realista y creíble que es.
En resumidas cuentas, aunque "Toro salvaje" puede que no se trate de uno de los mejores ejemplos de película representativa del espíritu de los años ochenta, de lo que no cabe duda es de que es una de las mejores películas de su realizador, y todo un ejemplo de lo que implica combinar talento, entretenimiento y film con ideas que puedan dar que pensar -e impresionar- a los espectadores. Lo dicho, una película imprescindible.
Por lo general, me gusta bastante el cine de Martin Scorsese. Puede que no tanto cuando decide ir en plan autor con tostones como “La edad de la inocencia – The age of inocence, 1993” o con cuentos raras como “La invención de Hugo – Hugo, 2011” pero, de lo que no cabe duda, es que pocos han sabido sacar en una peli el mundo de los gángsteres como él. Por suerte, también ha demostrado que hay vida más allá de la mafia porque, después de ver “Toro salvaje” se te queda en el cuerpo la sensación esa de haber visto una peli impresionante, pero lo suficientemente fuerte como para que el regustillo ese sea un poco amargo. Eso sí, agárrate fuerte con el papelón que hace Robert de Niro (cuando aún se molestaba un poquito en demostrar lo buen actor que es cuando quiere), y en lo que son combates de boxeo realistas, nada de las chuflas fantasmales de Rocky Balboa y compañía.
Por lo que más suele sonar “Toro salvaje” es por la transformación física tan impresionante de De Niro –no creo que ese cambio brutal de peso sea sano, pero bueno-, donde el tío pasa de estar cuadrado a lo bestia a salir como una foca marinera. Si a eso sumas que el pollo da una lección de las buenas de lo que es actuar, y que el resto de la peli te hipnotiza desde que empieza, pues no hace falta ser muy espabilado para intuir que estamos hablando de una película cojonuda. Aquellos a los que no os gustan mucho las pelis de boxeo, podéis estar tranquilos porque “Toro salvaje” aunque haya escenas de combates (y, por cierto, violentas que te cagas), no es “de boxeo”, o sea, que no tiene que ver con un pavo venga a entrenarse para reventar a leches a su oponente en el ring, sino que es el drama de una persona -que da la casualidad que es boxeador-, y su relación con su hermano, con su mujer, con la justicia y con su forma de vivir y ser. Ahí es donde De Niro te deja con la boca abierta, porque tiene tiempo para demostrar que es todo un gentleman (cuando se las ingenia para conquistar a la rubia con la que se acaba casando), que tiene es capaz de hacerse detestar hasta la médula (agüita con ese momento en que le pide a su propio hermano que se ponga un trapo en la mano y le golpee la cara sin parar para demostrarle lo mucho que puede aguantar los golpes), o que los tiene bien puestos, casi tirando a masoca (tela marinera el combate ese que disputa contra el negro flacucho en que, aunque lo revienta a base de bien, el tío no se rinde).
Además, toda la parte de drama también es interesante. Como no sólo de combates vive el hombre, “Toro salvaje” es interesante incluso cuando el hombre éste, autodestructivo total, vive su día a día, haciendo lo que puede por ganarse la vida alejado de los combates. Reconozco que llama la atención que el tío se ponga a hacer monólogos sobre su vida y sobre las dos o tres cosas con las que se supone que hace gracia pero, como os decía antes, lo que te deja flipado es tanto la forma de Robert de Niro de hacerlo como del director de hacer que no te parezca un bodrio. Ah, y sí, “Toro salvaje” es en blanco y negro, pero creedme si os digo que no tiene nada que ver con las pelis de cine clásico que solemos comentar los lunes. Aquí, da igual que sea en blanco y negro o en color, porque está tan bien hecha que eso te da igual. Y, si no, mirad las letras del principio, con esa escena de un boxeador calentando a cámara lenta en un ring. O como cuando empieza a llover, que casi parece que puedas tocar el agua que cae.
En fin, que aquí, aunque hay tema de politiqueo y trapos sucios, no es una peli de esas de matones y tomateo a destajo, sino un dramón brutal y violento sobre la vida de un boxeador que lo da todo por ser uno de los mejores. A mí, desde luego, y con permiso de “Infiltrados – The departed, 2006” es la peli de Scorsese que más me ha gustado. Una pasada.