lunes, 7 de noviembre de 2011

CINE CLÁSICO: "EL GRAN DICTADOR"


TÍTULO: EL GRAN DICTADOR

DIRECTOR: CHARLES CHAPLIN

REPARTO: CHARLES CHAPLIN, REGINALD GARNIER, PAULETTE GODDARD, CARTER DEHAVEN, JACK OAKIE

DURACIÓN: 124 min.

AÑO: 1940

GÉNERO: COMEDIA

  • EL DR. JEKYLL DICE:


  • He aquí una de las películas más importantes de la historia del cine. A la altura –o aún mejor- que otras obras maestras indiscutibles como “Ciudadano Kane - Citizen Kane, 1941” o “El padrino - The godfather, 1972”. El genio creativo de Charles Chaplin le permitió rodar la que sería una de sus últimas películas –y su obra maestra definitiva-, en la que no sólo se burlaba abiertamente del nazismo, en su máximo esplendor por aquel entonces, sino que también construía una pieza que acababa convirtiéndose en un demoledor alegato a favor de la igualdad, la paz y la concordia. Para ello, inspirado en el personaje del nefasto Adolf Hitler, Chaplin creó una figura prácticamente idéntica a la del dictador, al tiempo que también desarrollaba un personaje con las mismas facciones y que, a causa de ello y de su condición de judío, se veía involucrado en más de un lío. Pero, siempre y en todo momento, contemplando la historia desde un punto de vista cómico y terriblemente divertido.

    Hynkel (Chaplin) es un dictador en la República de Totamia que trata de conseguir que las tropas nacionales se alcen y dominen toda Europa. Para ello, no dudará en solicitar la ayuda del líder de la revolución de un país vecino, el dictador Napaloni (Oakie), y de promover cualquier conducta que favorezca a sus principios. Paralelamente, un humilde barbero (también Chaplin) que vive y trabaja en uno de los ghettos de Totamia. Casi por accidente, conoce a Hannah (Goddard), otra joven judía a la que salva de un apuro en el que se ve involucrada a causa de unos soldados pertenecientes a las tropas de Hynkel que la importunan. Tras el incidente, decide acompañar a la muchacha y entrar a formar parte de la resistencia judía. Esta decisión lo involucrará en más de un apuro del que se las arreglará para salir gracias a su enorme ingenio.

    Con un argumento de base semejante, cualquiera podría pensar que estamos hablando de un auténtico dramón. Pero nada más lejos de la realidad. “El gran dictador” es una comedia magnífica. Todo, absolutamente todo está visualizado a través de una comicidad y originalidad asombrosas, convirtiendo escenas, a priori mostruosas, en auténticos festivales de carcajdas. Sirven, a título de ejemplo, secuencias como la aquella en la que Hynkel y Napaloni están en la barbería y cada uno de ellos empieza a manipular la silla para estar más alto que el otro… hasta que la cosa se les descontrola. O, incluso, la misma presentación del personaje de Charlot, afeitando a su clientela al ritmo de las famosas danzas húngaras. Y, todo ello, hasta llegar a la que es la escena cumbre de la película, y una de las ya clásicas dentro del séptimo arte: aquella en la que Hynkel, evadido en sus propios pensamientos y ansias de grandeza, comienza a juguetear con un globo con forma de mapamundi. Son casi cinco minutos sin a penas diálogo, con simples planos fijos y música, en que Chaplin se adueña de la pantalla como pocas veces se ha visto.

    Evidentemente, el tono de protesta del largometraje viene muy condicionado por la acumulación de escenas graciosas y de momentos cien por cien made in Charlot hecho que, por fortuna, no es impedimento para que, en su tercio final (mucho más rudo de lo que podría pensarse a simple vista, teniendo en cuenta el tono del film hasta ese momento), Chaplin abogue por el discurso claro y directo para concluir el largometraje con un grito de esperanza y alegría ciertamente conmovedor. En fin, que podríamos seguir hablando de “El gran dictador” hasta mañana pero, en resumidas cuentas, finalizaremos calificándolo con sólo dos palabras: obra maestra.

  • MR. HYDE DICE:
  • ¡Vaya, vaya! Esto ya son palabras mayores. Aquí sí que estamos ante una obra maestra del cine, pero con mayúsculas. De hecho, se me ocurren tantos motivos al mismo tiempo para decir por qué, que trataré de organizar las ideas, a ver si os las puedo poner claritas, una detrás de otra. En primer lugar, ya hay que ser un genio total para ser capaz de hacer una película sobre el holocausto nazi en tono de comedia y hacer que te partas de risa. Y eso que el personaje de Hitler sale en todo su esplendor, no sólo como pasaba en aquella peli de “Ser o no ser - To be or not to be, 1942”, en la que la coña con todo el mundo nazi era muy parecida. Aquí, tanto da que Chaplin haga de Hitler o de Charlot, porque te hace gracia tanto en unos casos como en otros. Cuando hace de Hynkel, se me ocurre, por ejemplo, el momento ese en el que le hacen probar una serie de inventos armamentísticos que sus ingenieros han desarrollado, y que acaban fallando más que una escopeta de feria. El tío ni se inmuta. También es divertido el momento ese en el que aparece dando un mitin y le entra tos, que mientras tose parece que sigue hablando. O como cuando levanta el brazo para saludar a las tropas y se le van posando unas palomas. En serio, brutal.

    Pero es que, como Charlot, en “El gran dictador” pasa tres cuartos de lo mismo: la secuencia en la que los judíos refugiados tienen que sortear a ver a quién le toca ser voluntario para una misión peligrosa, y ponen una moneda dentro de un pastel. Al que le toque la moneda, será el que se presente. Como, al final, hay una moneda en todos los pasteles, los otros se las van pasando a Charlot sin que él se dé cuenta. ¡Y el tío va y, para disimular, se las come! Hasta que le entra hipo y empieza a escupirlas como si fuera una tragaperras. ¡Juas, qué crack!

    En segundo lugar, cómo, a base de bromas, Chaplin dice lo que tiene que decir, en el discurso ese final con el que acaba la peli, y donde el pollo se suelta un monólogo de los que dan ganas de levantarse y aplaudir, tanto por la interpretación como por el contenido. Es más, yendo aún más lejos, no es tampoco sólo el cómo lo dice, sino la forma que tiene de presentar a Hitler como un capullo total cuando lo toman por el personaje de Charlot, que le dan p’al pelo pero bien. Y a ti, además de quedarte más a gusto que un arbusto, te parece de lo más bien.

    En tercer lugar, porque para quienes no estábamos acostumbrados a ver una peli de Charlot hablada (mi padre y yo nos llegado a papar todas las pelis anteriores que rodó en cine mudo, pero una detrás de otra), resulta que “El gran dictador” no pierde ni una sola pizca de la genialidad que tienen sus pelis. Por no decir que casi te acaba gustando más la forma que tiene de decir las cosas y el modo que utiliza para ello: una maestría en el sentido del humor que sólo un genio es capaz de hacer.