Ya hemos comentado en más de una ocasión que el caso del cine galo es sorprendente. No sólo porque la calidad de la mayoría de sus producciones sea destacable, sino porque son capaces de hacer el cine que le gusta a su público (nacional e internacional), logrando que las propuestas nacionales compitan casi en igualdad de condiciones con los blockbusters más publicitados del cine norteamericano. Y es de esta forma como ha aterrizado en los cines "Pequeñas mentiras sin importancia", una pequeña película llena de caras conocidas dentro del cine francés, en la que el realizador y actor ocasional Guillaume Canet dedica su tiempo a desmembrar los problemas de un grupo de amigos.
La historia comienza con un grave accidente de moto que sufre Ludo (Dujardin), miembro de un surtido grupo de amigos entre los que se encuentran Marie (Cotillard), Max (Cluzet) o Vincent (Magimel). Este grupo de amigos, al llegar el verano, suelen juntarse todos en una casa que Max y su mujer tienen en el sur de Francia, donde todos juntos pasan unas semanas de vacaciones. Este año, con motivo del accidente de Ludo, aunque vuelven al mismo sitio para pasar unos días de asueto, la ausencia de su amigo provoca, de forma involuntaria y totalmente inesperada, que los problemas y sentimientos que cada uno tiene acaben aflorando a la superficie, con las consecuencias emocionales y relacionales que ello tiene, tanto de forma individual como con respecto al resto.
Un argumento como éste, que podría haber servido para diseccionar el comportamiento -criticado y criticable- de más de un personaje, por desgracia, queda relegado a un segundo plano en que, las breves micro-historias que afectan a cada uno de los componentes de este abultado grupo acaban confundiendo más que emocionando. Así pues, se encuentra el problema de Max, a quien descubre que su mejor amigo se siente atraído por él, que Marie es emocionalmente inestable para mantener relaciones sentimentales duraderas, que Éric siente constantes dudas por no saber cómo reaccionar ante el abandono de su novia y, así, un largo etcétera.
Las relaciones de los grupos de amigos han sido llevadas a la gran pantalla desde múltiples perspectivas, y por los más variados cineastas. Así pues, Lawrence Kasdan llevó a la gran pantalla un planteamiento similar con "Reencuentro - The big chill, 1983", Barry Levinson con su más intimista "Diner - Diner, 1982", o el británico Kenneth Branagh con la más shakesperiana "Los amigos de Peter - Peter's friends, 1992". Sin embargo Guillaume Canet procura adentrarse más en la temática de la felicidad aparente y los falsos sentimientos reprimidos, y el tratar de aparentar ante aquellos en quienes más se confía un estado de ánimo que para nada se corresponde con la realidad.
No obstante, los esfuerzos del director francés se quedan únicamente en intento. La múltiple variedad de problemas de cada uno de los amigos del grupo acaba por restarse importancia entre ellos, de forma que al espectador acaba siéndole complicado identificarse con alguno de ellos, sentir simpatía por los más afligidos, y cómplice de los más necesitados. Admirable resulta, por otra parte, la actuación de todo su reparto, que hace muy creíbles las variadas situaciones en las que cada personaje se ve envuelto. Por desgracia, estos esfuerzos no se ven recompensados con un argumento que acaba interesando al espectador que haya acudido al cine a ver la que esperaba fuera una película sobre el refuerzo de la amistad a través de la superación de un problema común. En resumen, "Pequeñas mentiras sin importancia" se trata de un buen intento de hacer la película de la nueva década sobre el análisis de las relaciones entre amistades que se nada más se queda en un desafortunado intento. Bueno, pero intento al fin y al cabo.
- MR. HYDE DICE:
Antes de empezar con mi parte de crítica, debo dejar constancia de algo: me encanta el cine francés. No sólo porque sienta una especial predilección por el país vecino, sino porque me parece admirable que sean capaces de hace un cine que de verdad les guste y que, además de petar la taquilla, tenga cierta calidad (ya podíamos aprender nosotros a hacer algo parecido). Ahora bien, que me digan que "Pequeñas mentiras sin importancia" ha sido la película más taquillera del año, y que la han visto no sé cuántos millones de gabachos, pues lo cierto es que da bastante de qué pensar. Pero no da que pensar porque sea una mala película, sino porque es un completo aburrimiento.
En honor a la verdad, he de decir que tenía muchas ganas de verla, y que no me fue fácil convencer a mi chica para que viera conmigo una peli francesa de la que no había oído hablar. Además, la anterior peli que había visto del mismo director y actor principal, "No se lo digas a nadie - Ne le dis à personne, 2006", me había parecido de lo más entretenida, con lo que mi favor, ya de entrada, lo tenía. Pero, por desgracia, al acabar la película (dos horas y media después, que larguita es un rato, la puñetera), lo único que sentía era un chasco de no te menees. Repito, no porque sea mala, sino porque la historia no me interesó para nada. Es como asistir a las vacaciones de un grupo de personas que entre ellas podrán ser todo lo amigas que ellos quieras, pero el que está viendo la peli lo que no para de pensar es "y a mí qué". Como si tuvieras al lado al típico vecino plasta que se empeña en que tragues el vídeo de cuando se fue con sus nenes a Eurodisney y no para hasta conseguir que te sientes con él a verlo. Pues tino-tano lo mismo.
Ahora, lo que sigo sin entender es cómo esto ha podido encandilar tanto a los gabachos. En serio, si me dijeras que es otra como la de "Bienvenidos al norte - Bienvenue chez les ch'tis, 2009", pues aún lo entendería (con esta última os juro que me partí el culo, a ver si otro día la comentamos), pues podría entenderlo, pero vamos, que hayan acudido en masa a ver esto... Pues así como desconcertante sí que es. Por fortuna, tiene sus trozos más o menos interesantes, como ese en el que se quedan encayados en un banco de arena el amigo gay y el otro colega que le gusta, y el segundo acaba perdiendo el bañador en el banco de arena cuando intenta pirarse de la barca. O esa otra secuencia en la que el mismo tío revienta a martillazos una pared buscando a las comadrejas que le dan por culo por la noche sin dejarle dormir.
Sin embargo, por lo demás, ya os digo que es una peli totalmente prescindible. No merece la pena pagar en el cine por verla, ni dedicar las más de dos horas que dura la condenada para verla en casa. Eso sí, si aún así sois fans incondicionales de los colegas del país de al lado y queréis verla, pues vosotros mismos. De corazón, espero que os guste más que a mí.