TÍTULO: ¡QUÉ BELLO ES VIVIR!
DIRECTOR: FRANK CAPRA
REPARTO: JAMES STEWARD, DANA REED, LIONEL BARRYMORE, THOMAS MITCHELL, HENRY TRAVERS
DURACIÓN: 129 min.
AÑO: 1946
GÉNERO: DRAMA
En Estados Unidos, se utiliza el término feeling good movie para hablar de aquellos largometrajes cuya historia, a pesar de contener ciertos apuntes dramáticos, o de hacer que sus protagonistas se las vean y deseen para lograr salir adelante, consigue conmover al espectador gracias a la integridad del personaje principal, y de un final que convence y contenta al espectador. Sin embargo, como ya hemos comentado en más de una ocasión, no es fácil hacer una buena película de este tipo, ya que la línea que separa la manipulación descarada y torpe de la habilidad para emocionar es muy fina. Así pues, si hablamos de las feeling good movies es porque “¡Qué bello es vivir!” podría considerarse muy fácilmente uno de los primeros films que dio pie a este tipo de producciones –denominación que, por otra parte, podría decirse de la práctica totalidad de la obra de su director, Frank Capra-, estando aún hoy considerada un ejemplo de cómo narrar una historia conmovedora que, además de resaltar una serie de valores centrados en la honradez, el altruismo o la generosidad, consigue entretener al público. Pero, como suele pasar en la mayoría de las grandes películas, “¡Qué bello es vivir!” no sería lo mismo sin la presencia de James Stewart, quien realizó una de sus interpretaciones más carismáticas en este largometraje de evidente carácter navideño.
En el pequeño pueblo de Bedford Falls, un hombre llamado George Bailey (Stewart) está a punto de saltar al vacío desde un puente con la intención de acabar con su vida. Es Nochebuena, por lo que Dios, al ver lo que está a punto de suceder, decide enviar a uno de sus ángeles llamado Clarence (Travers) para que le eche una mano a George y, así, él pueda ganarse sus alas. Pero, para que sepa con qué clase de buen hombre está a punto de tratar, decide contarle la historia de George, desde que era un niño, hasta que se convirtió en el hombre que es en dicho momento. Será entonces cuando se descubra cómo George, desde joven, ha sido un hombre que siempre ha procurado ayudar a los demás, sobretodo desde que se hizo cargo, junto a su tío Billy (Mitchell) de una empresa dedicada a la concesión de microcréditos que heredó de su padre, cuya finalidad era prestar dinero a aquellos que no podían hacer frente a los intereses que les exigía el banco, y que lo enfrenta constantemente con el señor Potter (Barryomore), el terrateniente local. Pero, además, Clarence también descubrirá cómo George se enamora de la bella Mary (Reed) con la que forma una familia, y cuáles son los motivos por los que George parece decidido a quitarse la vida en Nochebuena. A partir de ese momento, Clarence entablará contacto con George y le mostrará qué hubiera sucedido con su familia y allegados si él nunca hubiera existido.
“¡Qué bello es vivir!” es una película hecha de principio a fin con la clara intención de hacer que la ilusión y emoción que sienten todos sus personajes se traslade al público. Aunque, todo sea dicho, también es verdad que la descripción un tanto exagerada del personaje de George, pues cuesta de creer que éste sea alguien tan sumamente bueno (ver al respecto lo que sucede cuando está a punto de irse de luna de miel con su mujer), y que esté dispuesto a quitarse la vida con tal de cumplir con las obligaciones para con su gente. Del mismo modo, sucede algo parecido con la presentación del personaje del señor Potter, quien da rienda suelta a un despotismo, egoísmo y avaricia desenfrenadas (atención a la secuencia en que está a punto de conseguir “comprar” a George mediante promesas de fortuna y prosperidad –magistral la interpretación de Barrymore-), para que contraste con el carácter bonachón de George con la misma intensidad pero, también, con la misma exageración y sobreactuación.
Sin embargo, lo curioso del caso es que, a pesar de ello, “¡Qué bello es vivir!” no resulta empalagosa en absoluto, ni da la sensación de que el comportamiento y situaciones que contempla el guión están forzados (no sucede, como suele decir Hyde a menudo, que los vaqueros se llevan una mano al estómago tras dispararles, tardando medio minuto en desplomarse), a pesar de que podría prestarse muy fácilmente a ello. Es aquí donde el talento de Capra da lo mejor de sí mismo, tal y como queda también patente en secuencias como aquella en que George, de niño, impide que el farmacéutico del pueblo le dé una medicina equivocada a un cliente o, sobretodo, en toda la parte final en que se resuelve no sólo el problema que concierne a George sino también el destino del ángel Clarence.
Así pues, “¡Qué bello es vivir!” es, dentro de las películas de cine clásico, una de las mejores propuestas para ver en estos días pre navideños, ya que la historia que cuenta es atemporal, e invita a disfrutar en familia de un largometraje estupendo y lleno de buenas intenciones, al que el tiempo no parece haberle afectado lo más mínimo. Al fin y al cabo, estamos hablando de una película de Frank Capra.
¡Buenooooooo! ¡Qué sería de una Navidad sin que nadie hablara de “¡Qué bello es vivir!” o de que la pasen por algún canal de la tele a las tantas de la madrugada. Si no lo hicieran sería tan raro como que no pusieran “Ben-Hur – Ben-Hur, 1959” en Semana Santa, o “Pretty woman – Pretty woman, 1990” cuando se han quedado sin nada que poner por la noche. Pero vamos, que el hecho de que la pasen más que las repeticiones de los realities de Tele 5 no quiere decir que la película no merezca la pena porque, para ser sincero, “¡Qué bello es vivir!” es una preciosidad de peli. No diré que es de lo mejor que he visto en mi vida, pero sí que es de esas que te dan buen rollito, y de las que hacen que te sientas de perlas cuando acaban.
De todas formas, una cosa que a mí nunca me ha convencido mucho de este tipo de pelis en que todo es felicidad por donde se mire, es que la exageración siempre se pasa tres pueblos. ¿De verdad alguien se mataría para que otros cobraran un seguro de vida que cubriera sus deudas? Vamos, ya os digo que me pasa eso a mí y para rato me tiro de un puente. Pero claro, estamos hablando de una película donde el espíritu navideño está hasta cuando bostezan los actores, así que no podía ser de otra forma.
Por otra parte, y aunque pueda parecer un poco contradictorio, sí que me gusta la parte más fantástica de todo, es decir, todo lo que tiene que ver con el ángel ese que baja para echarle una mano al colega con su vida, y cuando enseñan lo que hubiera pasado si el pollo éste no hubiera nacido (fijaos en lo que decía antes: me puedo creer que baja un ángel del cielo, pero me cuesta creer que la que es su mujer, si no le hubiera conocido, se hubiera convertido en una bibliotecaria solterona). Y, por supuesto, me chiflan otras cosas como el momento en que Stewart quiere conquistar a la chica prometiéndole la luna -tal cuál-, o todo el final, con la gente del pueblo y la familia reunida en torno al árbol de navidad y James Stewart con una sonrisa profidén gigante en la cara y una pinta de felicidad indescriptible. Lo malo, como solía gustarle a mi abuela, es que al malo no le den más por culo, o sea, que el pavo se vaya de rositas, aunque más cabreado que una mona por no poder salirse con la suya. Si, al final, lo hubieran mandado a la cárcel, o tirado del pueblo a pedradas, la cosa hubiera molado mucho más.
Pero vamos, que “¡Qué bello es vivir!” es una peli que está muy bien, muy bonita y tal, y con el tema navideño perfecto para estos días, así que os la recomiendo si aún no la habéis visto. Pero tranquilos, que si es así, para variar, fijo que los próximos días la pasan por la tele.