TÍTULO: SEVEN
DIRECTOR: DAVID FINCHER
REPARTO: MORGAN FREEMAN, BRAD PITT, GWYNETH PALTROW, KEVIN SPACEY, R. LEE ERMEY
DURACIÓN: 127 min.
AÑO: 1995
GÉNERO: POLICÍACO
A finales de la década de los ochenta, en Hollywood, fueron varios los directores que, provenientes del mundo de la publicidad y de los vídeos musicales, consiguieron cierta notoriedad, gracias al éxito alcanzado por las películas que realizaban. Buen ejemplo de ello es Tony Scott, uno de los máximos exponente del nuevo cine de acción que se inició por aquel entonces, y al que otros realizadores como John McTiernan o Richard Donner no tardarían en sumarse. Esta tendencia se acentuó aún más si cabe a mediados de los noventa, cuando una nueva oleada de jóvenes directores procedentes del mismo medio –publicidad y videoclips- comenzaron a realizar de forma notable propuestas cinematográficas tan entretenidas como exitosas. Entre ellos, podríamos destacar casos como los de directores más comerciales (Jonathan Mostow, Michael Bay…), de más “artesanales” (Spike Jonze, Sofia Coppola…), y de una acertada combinación de ambas. En este último grupo es donde cabría incluir a David Fincher quien, tras un fallido debut como director con “Alien 3 -Alien 3, 1992”, fue capaz de realizar un thriller sobrecogedor y lleno de intriga, a lo que contribuyó en gran medida la aportación del carisma de Morgan Freeman y la atractiva presencia de un Brad Pitt que empezaba a demostrar que era algo más que una simple cara bonita. El resultado de dicha unión fue la excelente “Seven”.
El detective William Somerset (Freeman) está a punto de jubilarse. Su puesto está previsto que lo ocupe otro detective recién llegado a la ciudad, David Mills (Pitt), junto a su mujer Tracy (Patrow). Cuando aparece el cadáver de un hombre asesinado en extrañas circunstancias, Mills se hace con el caso, si bien, a causa de su inexperiencia, se le pide a Somerset que colabore en la investigación. Lo que ambos detectives descubren es que ese crimen es el primero de más asesinatos que parecen seguir un extraño patrón: todo están cometidos de acuerdo con los siete pecados capitales, y cada una de las muertes parece incluir pistas que les llevarán hasta el siguiente crimen. Ante este panorama, ambos detectives comenzarán una macabra carrera contrarreloj para poder detener al psicópata que complete su escalofriante plan.
No son pocos quienes se empeñaron, en su momento, en establecer paralelismos entre “Seven” y “El silencio de los corderos – The silence of the lambs, 1991”. Dicha comparación no resulta del todo acertada, aunque hay que reconocer que tanto el film de Jonathan Demme como el de Fincher logran convertir una atmósfera macabra –el psiquiátrico en caso del Doctor Lecter y una ciudad desalmada en el caso de los pecados capitales- en un personaje más de la historia que aporta un marco único para el desarrollo de la historia. Así, la forma en que es retratada xx en “Seven”, con esa lluvia constante y tonos grisáceos (estupenda labor del director de fotografía Dariusz Khondji, por otra parte), contribuye a conseguir transmitir mejor al público no sólo el misterio de su argumento, sino también introducirle de forma más efectiva en el mundo de delirio por el que se mueve el asesino.
Afortunadamente, la dirección de Fincher acierta de pleno al no recrearse en la morbosidad de la historia que nos está contando, que sería lo más sencillo. Así pues, ante los diferentes asesinatos, opta por sugerir más que por mostrar (especialmente los más sanguinarios como los correspondientes a la “lujuria” y la “ira”), lo que consigue crear una tensión brutal, haciendo que la intriga del largometraje vaya in crescendo, hasta su explosivo final -acerca de éste, tan sólo mencionar que es de los finales más a contracorriente e impactantes que se habían visto en muchos años-. Así pues, las secuencias de descubrimientos de los primeros asesinatos (atención al susto general que provoca en la platea el descubrimiento del crimen asociado al pecado de la “pereza”) va intercalado con breves momentos de respiro en los que los personajes quitan hierro al asunto a través de totalmente ordinarias (la cena en el apartamento de los Mills, el instante en el que Mills y Somerset esperan a recibir información de un confidente del FBI, etc.).
En resumidas cuentas, “Seven” se presenta como un excelente y complejo puzzle en el que cada pieza que encuentran los protagonistas los conduce a un nuevo crimen, suceso en el que el público se involucra desde el comienzo. El largometraje está rodado con tremenda eficacia y dinamismo, lo que permite que, a pesar de lo truculento de su argumento, resulte ser un film tan crudo como fascinante, en el que la tensión no desaparece ni siquiera cuando salen los títulos de crédito, al final del espectáculo.
¡Qué peliculón! Aún recuerdo cómo se me fruncía el ojete cuando la vi en el cine del cagancho que dan algunas escenas. De hecho, recuerdo un par de cosas: la primera, cómo aullaron las quinceañeras cuando Brad Pitt aparece en la peli por primera vez (era la época en que el pollo aparecía fin de semana sí, fin de semana también en la “Superpop”, qué le vamos a hacer…); la segunda cómo me quedé clavado al asiento desde que aparece el segundo cadáver, el de la “avaricia” (sobretodo, desde que descubren las pistas que da una huella digital que les conduce hasta el tercer asesinato), y hasta el final de la peli. Brutal, en serio. “Seven” es una película cojonuda que te atrapa, quieras o no quieras, desde el primer crimen. Es muy violenta, todo haya que admitirlo (los asesinatos no son más bestias porque no pueden), pero tranquilos, que no se ve nada, sólo cómo quedan los cadáveres que se encuentra la poli y, a veces ni eso. Dicho así no sé si sirve para tranquilizar mucho o justo lo contrario, así que trataré de apañarlo un poco.
“Seven” es una película de esas de asesinos en serie. Pero no tiene nada que ver con esas mierdas de tíos disfrazados que hacen filete a cuatro rubias tetonas y al equipo de rugby del instituto. Aquí la cosa va pero que muy en serio. El malo es un cabrón trastornado hasta la médula y lo que tienen que hacer los polis para pillarle no es ningún juego de niños. Ya os digo que le prestas atención a todo desde que empieza, porque ni te quieres perder un solo detalle, ni quieres dejar de enterarte de cómo le pueden pillar. Pero, lo que ya es la leche en bote, es que, aún sabiendo quién es, aguanten el misterio hasta el final para resolver los dos crímenes que faltan. Flipante, en serio.
Además, otra cosa que me llamó la atención de "Seven" es la originalidad de meter de por medio el tema de los pecados capitales. Sabes cuáles son, pero la forma en que el psicópata los aplicará en cada asesinato. Ya os digo que cada muerte tiene una pista sobre la siguiente, de forma que tú, en el fondo, lo que quieres es ver si te puedes anticipar a los polis e imaginar qué puede ser. Pero, amigo mío, nada de eso te sirve para cuando llega el final. Ahí sí que te adelanto que te rompen todos los esquemas habidos y por haber. Y, por suerte, no se salen con la gilipollez de turno de que el malo es Brad Pitt, por ejemplo, o de que todo ha sido un sueño. Aquí el final, aunque de pesadilla, es de lo más real y creíble. Eso sí, si no la has visto y conoces a alguien que sí, haz todo lo humanamente posible porque no te lo cuenten, o ya puedes ir dando por jodida la sorpresa de la película.
En fin, que "Seven" es una caña. Asusta a veces por lo real que parece todo, aunque sepas que estás viendo una peli. Pero lo que sí sabes es que, nada más empieza, "Seven" no es una película como todas las demás. De hecho, las letras del principio, con ese montaje raro que tiene, ya acojonan. Pero cuando la cosa se acerca a los asesinatos y al sitio en el que vive el asesino, ya flipas. En resumen, que no te la puedes perder. A mí, ya os digo, me dejó los pelos de punta.