DIRECTOR: ALEX PROYAS
REPARTO: BRANDON LEE, ERNIE HUDSON, MICHAEL WINCOTT, ROCHELLE DAVIS, BAI LING, TONY TODD
DURACIÓN: 102 min.
AÑO: 1994
GÉNERO: FANTÁSTICO
Las adaptaciones cinematográficas de aventuras de personajes de cómic, no sólo es un recurso cada vez más frecuente en Hollywood sino que, además, una apuesta casi segura de los grandes estudios para arrasar en la taquilla. Sin embargo, al igual que hay muchos tipos de adaptaciones (desde las maravillosas películas de Christopher Nolan acerca de “Batman”, hasta las horrorosas versiones de “El motorista fantasma”), también hay muchos tipos de comics que se han visto trasladados a la gran pantalla. Evidentemente, ni todos están protagonizados por súper héroes, ni tienen por qué tratar temas parecidos. Buena prueba de ello son dos excelentes películas como “Camino a la perdición – Road to Perdition, 2002” o “Una historia de violencia – A history of violence, 2005” que, aunque no lo parezcan, tienen su origen en la viñeta. Del mismo modo, al igual que son abundantes los comics protagonizados por súper héroes, también ocupan un lugar de importancia aquellos protagonizados por anti-héroes que, poseedores o no de talentos y poderes fantásticos, ejercen su particular lucha contra el mal. Así sucede con “El cuervo”, creado por el dibujante James O’Barr, cuya adaptación cinematográfica es, hoy en día, más recordad por haberle costado la vida a su principal intérprete, Brandon Lee, que no por el inspirado largometraje que es.
En la Noche de Difuntos, Eric Draven (Lee) y su novia son brutalmente asesinados por una banda de maleantes. A pesar de que el policía encargado del caso, el sargento Albrech (Hudson) hace lo posible por detener a los culpables, no existen pruebas incriminatorias suficiente para procesarlos. Un año después, y tal y como aseguran ciertas leyendas, un cuervo puede traer el alma de los muertos de nuevo al mundo para que éstos puedan terminar ciertos asuntos que han quedado pendientes. Será entonces cuando Eric vuelva a la vida y, caracterizado como un mimo guiñolesco, emprende su particular venganza, con la ayuda de la pequeña Sarah (Davis) -una niña pequeña amiga de la pareja-, buscando a aquellos que lo mataron a él y a su novia, y llegando hasta Dollar (Wincott), el jefe de una peligrosa banda criminal.
“El cuervo” pertenece a esa clase de films de atmósfera semi-apocalíptica, llenos de destrucción, oscuridad y anarquía. En ella, son pocos los recodos de la ciudad en que se puede respirar la paz, siempre amenazada por los actos salvajes de los individuos más incivilizados. No obstante, sería injusto juzgar la película por la decisión de adaptar con tanta fidelidad la esencia de la historieta gráfica en la que se basa. En efecto, “El cuervo”, lejos de querer ser una versión más de comic llevado al cine, se preocupa porque los diferentes elementos que hacen de ella una obra digna queden bien definidos.
En primer lugar, la puesta en escena de Alex Proyas es más que notable. No hay prácticamente un solo recurso narrativo que no sea convertido a imágenes: desde los planos distorsionados para la visión subjetiva del cuervo, pasando por los grandes travelling (Eric saltando por los tejados de la ciudad, o en la pelea final que tiene lugar en lo alto de la catedral), los grandes picados (presentes en la mayoría de muertes provocadas por Eric –atención al momento en que éste prende fuego a un dibujo con la forma de un cuervo que ha hecho en el suelo-), o el montaje rápido para las secuencias de acción. Además, como apuntábamos antes, toda la esencia del comic original queda recogida en la pantalla, especialmente presente en secuencias como la del regreso de Eric a la que había sido su casa (cómo se viste y caracteriza como un mimo siniestro, incluyendo el instante en el que se balancea por el exterior de la ventana tras el que descubre que es inmune a las heridas), haciendo que ese ambiente tenebroso juegue muy a su favor, tanto para las escenas en las que da su merecido a los que lo mataron, como en aquellas en las que se pretende arrojar algo de esperanza hacia los personajes que buscan la redención (cuando Eric le extrae la morfina a la madre de Sarah, cuándo ésta le prepara el desayuno a su hija, o como cuando ésta se deja abrazar por Eric).
En segundo lugar, el desarrollo de la historia (que no del guión) es de lo más efectivo. Partiendo de un argumento muy simple –al fin y al cabo, el largometraje no es más que una historia de venganza tremendamente violenta-, “El cuervo” consigue encandilar al espectador con esa mezcla de “violencia romántica” (si se me permite el término), cuyo objetivo final es tanto la sed de venganza como la de honra al amor perdido. Así queda reflejado en escenas como, por ejemplo, los continuos flashbacks de Eric a lo largo del film (cuando recuerda cómo le pidió a su novia que se casara con él, cuando se divertían en su casa…) o en el instante final en que, cumplida su “misión”, ésta le acompaña dócilmente, de nuevo a la tumba.
Cierto es que el hecho de que Brandon Lee muriera durante su filmación como consecuencia de una munición equivocada durante el rodaje de un tiroteo fue algo trágico, pero quedarse tan sólo con ese detalle morboso, o con los prejuicios que puedan existir acerca del marco espacial en que se desarrolla la historia, es desperdiciar la oportunidad de ver un largometraje casi hipnótico, a pesar de su crudeza y violencia.
¡Ufff, menudo rollaco ha soltado el de arriba para justificar que “El cuervo” le gusta más que a un tonto un lápiz! Yo voy a ser más directo: “El cuervo” mola porque es una peli cojonuda, y punto. No tiene para nada las paridas que te suelen enseñar de vez en cuando en más de una película de súper héroes (más que nada porque el prota tiene de héroe lo que yo de fraile), sino que se limitan a contarte la historia de una venganza en estado puro, sin andarse por las ramas. De hecho, lo único que tiene así un poco más en plan fantástico es el hecho de que a él no lo puedan matar porque el resto, esa especie de juego de “caza al malo” es de lo más directa y explícita (y, si no, esperad a ver cómo deja a los dos primeros malos –al que le gustan los cuchillos y al que le pega a la heroína-).
A mí, a diferencia del pedantillo de Jekyll, no me moló tanto el rollo ese de ciudad destrozada, calles llenas de coches quemados y humo saliendo de las alcantarillas -¿se puede saber qué coño tiran los americanos por el váter para que siempre salga humo de las rejillas?-. Personalmente, me hubiera gustado un poco más que el tono no fuera tan sombrío, por mucho que sea parecido o no al comic del que sale todo. Pero bueno, aparte de eso, “El cuervo” es una película cojonuda por unas cuantas razones que os cuento ahora en seguida.
La primera, es hace que, a pesar de lo violenta de la historia, te enganche tanto si eres un tío o tía. ¿Y por qué? Muy sencillo. A los tíos, nos gusta todo eso del justiciero que da matarile a los malos que lo jodieron antes a base de bien, y mucho mejor cuanto más enrevesado es el castigo (por ejemplo, lo que hace con el gordo al que le empeñan el anillo de compromiso), o la pelea con el malo de turno (al final, con esa iglesia monstruosa y cara a cara con ese malo asqueroso y vicioso). A las tías, porque detrás de toda esa venganza, hay una historia de amor de un chaval que se ha quedado sin el amor de su vida y que actúa movido tanto por el odio hacia sus asesino como hacia la persona que amaba, entre las cuales también se encuentra esa niña de la que cuida incluso después de muerto. De hecho, hay una frase, al final de la peli que dice algo así como “los edificios pueden caer; las naciones se pueden tambalear; pero el amor verdadero, es para siempre”. Creo que esto resume bastante bien lo que trato de decir.
La segunda, porque “El cuervo” mola mazo. Desde que empieza, ya intuyes por dónde van a ir los tiros –nunca mejor dicho- y, a los diez minutos, ya estás enganchado por la historia. Además, no se hace nada aburrida, ya que entre que el bueno empieza a investigar quién y por qué lo asesinaron, y les da caza, ya se te pasa casi toda la peli. También es cierto que tiene detalles un poco repelentillos que podrían haberse ahorrado (como que el malo y su hermana se hayan acostado a la vez con una chica a la que se acaban cargando, y luego hagan magia negra con su cuerpo –aún recuerdo ese plano en el que tiran uno de sus ojos al fuego… ¡Uagh!-). Pero, independientemente de ello, “El cuervo” hace que no te aburras para nada, y que sigas con ganas todo lo que pasa hasta que el bueno se carga a todos los malos.
Además, hay un par de cosas que me gustaron especialmente de “El cuervo” y que, a decir verdad, me extraña que no os haya contado el de arriba. La primera es la música donde, tanto la original de Graeme Revell –no os perdáis el tema Return to the grave- como la selección de canciones originales –me quedo con la de Burn, de The Cure-, que acompaña a las imágenes de que te cagas. Y, la segunda, es la fotografía con la que está hecha la película. A pesar de ser más oscura que el futuro de la mita de bancos del país, “El cuervo” guarda esa especie de misterio todo el rato gracias a los tonos que utiliza (cuando el protagonista entra en su casa después de resucitar, cuando se maquilla, o cada vez que sale por la noche).
En fin, que “El cuervo” es una peli que se sale, como una especie de “Ghost – Ghost, 1990” pero a lo burro, y que te tiene interesado hasta el final. Vale que no es de las mejores películas del mundo (tampoco lo pretende) pero, al menos a mí, me gustó mucho cuando la vi. Y no necesito darle tantas vueltas para decirlo, ¿eh Jekyll?
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