DIRECTOR: ROBERT REDFORD
REPARTO: JAMES MCAVOY, ROBIN WRIGHT, KEVIN KLINE, EVAN RACHEL WOOD, DANNY HOUSTON, JUSTIN LONG, TOM WILKINSON, COLM MEANEY
DURACIÓN: 123 min.
AÑO: 2011
GÉNERO: DRAMA HISTÓRICO
En su octavo film tras las cámaras, Robert Redford ha vuelto a centrar su atención en el cine político, aunque alejándose del tono y estilo de su anterior largometraje, la insípida “Leones por corderos – Lions for lambs, 2010”, y cambiando la temática de la reciente Guerra de Irak por otro hecho histórico aunque no contemporáneo: la conspiración que se urdió para matar al presidente estadounidense Abraham Lincoln. Así pues, gracias a unas estupendas interpretaciones y a una ambientación de lo más acertada de dicho periodo, Redford recrea el juicio al que se sometió a los primeros detenidos tras el magnicidio y la ejecución de las correspondientes sentencias, así como las presiones de intereses políticos que se encontraron tras dicho suceso. James McAvoy y Robin Wright son sus excelentes protagonistas.
Catorce de abril de mil ochocientos sesenta y cinco. Tras haber finalizado la Guerra Civil nortamericana, el presidente Abraham Lincoln es asesinado. Tras detener a los primeros acusados, el Ministro de Guerra Stanton (Kline) acelera el inicio del proceso, por el que un jurado militar se encargará de administrar el proceso. Una de las acusadas es Mary Surratt (Wright), de cuya defensa se encarga el senador Johnson (Wilkinson). Sin embargo, a causa de un conflicto de intereses político, Johnson delega las funciones de la defensa en el joven ex-soldado Frederick Aiken (McAvoy) quien, tras su paso por el ejército, decide dedicarse a la abogacía. Sin embargo, a pesar de sus buenas intenciones, lo largo del proceso, Aiken deberá hacer frente al implacable fiscal Holt (Houston), al presidente del tribunal, el mm (Meaney) y a la dificultad para obtener información por parte de la hija de la procesada, Anna (Wood). Todo ello, a una carrera contrarreloj para lograr la absolución de una mujer a la que Aiken cree inocente.
Como bien apuntó mi colega Hyde, más que un film histórico, “La conspiración” entra de lleno en el género comúnmente conocido como de “cine de juicios”. Redford apuesta más por la descripción del proceso judicial que enfrentó a una serie de presuntos conspiradores para asesinar al presidente Lincoln que no por el desarrollo del hecho histórico en sí. Eso justifica que el grueso del largometraje se centre en los pormenores del joven abogado por encontrar alguna prueba que demuestre la inocencia como conspiradora de Mary Surratt. Gracias una narración ágil y dinámica, todo el proceso es contemplado con importantes dosis de intriga que Redford maneja con notable soltura, máxime teniendo presente que la resolución de los mismos hechos ya se conoce al tratarse de un hecho histórico. Sin embargo, ello no es impedimento para que la dirección de Redford y la actuación de todos sus protagonistas destaque por encima del resto.
En efecto, el talón de aquiles del film cabe encontrarlo en su guión. Éste peca que exceso de grandilocuencia y acaba por resultar excesivo, queriendo abarcar mucho (el asesinato, el juicio, la investigación, la conspiración, el juego sucio político…) y olvidándose de cerrar la mayor parte de los interrogantes que planeta. Prueba de ello son instantes como la búsqueda inicial de pruebas exculpatorias por parte del joven abogado (la foto de John Wilkes Booth escondida en casa de los Surratt), el paradero desconocido de John Surratt y, sobretodo, de los entresijos del procedimiento judicial que deja en evidencia a la defensa (la manipulación de los testimonios de varios testigos es algo que resulta evidente pero que, por desgracia, se obvia demasiado para no alargar en exceso la película, cuando es algo en lo que habría merecido la pena detenerse un poco más para que la película ganara consistencia –en lugar de los prescindibles momentos de “sociedad” de la época que viven los protagonistas en sus recepciones y demás-).
No obstante, el contrapunto al mejorable guión cabe encontrarlo en las interpretaciones de todo su reparto. Partiendo de un Kevin Kline mucho más comedido que de costumbre que da vida a un implacable Ministro de la Guerra (ver su expresión cuando entra en la habitación en la que han depositado el cuerpo de Lincoln, o cuando se niega en rotundo a aceptar el veredicto del jurado militar), pasando por unos correctos Tom Wilkinson y Danny Houston (insuperable cuando afirma que “en tiempos de guerra, se borran las leyes”), y terminando en las verdaderas estrellas de la función: James McAvoy como el inexperto abogado defensor de la justicia a cualquier precio (atención al instante en el que cuestiona, tanto delante de su mentor como de un juez, que la ley debe ser la misma con independencia de a quién se aplique), y Robin Wright como la abnegada madre de familia que acepta su condena con tal de salvar la vida de su hijo (la expresión de fuerza contenida de la actriz cuando el abogado pretende echarle toda la culpa a su hijo durante el juicio es extraordinaria).
Por lo demás, “La conspiración” se mueve entre lo que supone una elegante puesta en escena –adornada por la exquisita fotografía de Newton Thomas Sigel, que recuerda muchísimo a la de Robert Richardson, con esos tonos aterciopelados de luz clara- y el correcto acompañamiento de la música compuesta por Mark Isham. Puede que no sea el mejor film que haya dirigido Robert Redford hasta el momento pero, aparte de ser una buena opción para disfrutar en casa esta semana, “La conspiración” es un largometraje de lo más interesante, que consigue que el espectador se entregue al juego de intrigas que propone, a pesar de que ya se conozca el final de antemano.
Para variar, voy a seros sincero: no me chifla ninguna de las películas dirigidas por Robert Redford. “Gente corriente - Ordinary people, 1980” me pareció un coñazo, por mucho Oscar que se llevara; “El hombre que susurraba a los caballos – The horse wishperer, 1998” era tan larga que, al final, ya aburría; y “La leyenda de Bagger Vance – The legend of Bagger Vance, 2000”, “Leones por corderos” y las otras dos que tiene y que ahora no me acuerdo cómo se llaman eran unas sandeces de cuidado. La única que se libraba un poco más de la quema era “El río de la vida – A river runs through it, 1992”, y eso que tampoco era ninguna maravilla. Así que, cuando el año pasado se estrenó “La conspiración” en los cines, no es que mi entusiasmo por ir a verla fuera exagerado, por no decir, casi inexistente. Sin embargo, sí que debo admitir que el cine de Robert Redford, por mucho que pueda no gustarte, tiene un “algo” así en plan tono de calidad, que hace que sus películas, por muy vulgares que puedan ser, te puedan acabar gustando.
En el caso de “La conspiración”, es una película para ver en tranquilamente en casa, sin necesidad de gastarte la pasta en el cine (no me arrepiento lo más mínimo en no haber ido a verla). Reconozco que, de las que he visto dirigidas por él, puede que no sea la mejor pero, al menos, sí la más distraída. No es que me interese demasiado la historia sobre el asesinato de Abraham Lincoln -supongo que lo mismo que le interesaría a un yanqui una peli española sobre el asesinato de Calvo Sotelo-, por lo que el hecho de que “La conspiración” me gustara o no dependía de cómo estuviera hecha la película (a estas alturas, es más que obvio que los primos del otro lado del charco son únicos para hacer interesantes argumentos chorra). Y, a este respecto, debo decir que, aunque te puedas conocer la historia, han conseguido hacer que la peli sea muy interesante.
Para empezar, como cualquier película de época que se precie, la ambientación está muy currada (y lo mismo para temas de maquillaje, vestuario y todo eso). Pero, aparte de eso, consiguen que te enganche un argumento que te la podría pelar muy fácilmente. “La conspiración” funciona porque más que como una película histórica está planteada como una peli de juicios, con sus tribunales, fiscales cabrones, abogados conciliadores y jueces implacables. De esta forma, te atrapa mucho más el cómo conseguirá el abogado preparar la defensa de la acusada y si habrá alguna pista que le permita demostrar su inocencia, que no los hechos históricos que están detrás de todo lo demás. Ahora bien, para mí, esto también tiene un fallo importante: como todo el proceso es una patraña (no hay más que ver lo que pasa al final, después de la celebración del juicio), tienes la sensación de que, por mucho que se lo quiera currar el abogado, no sirve para una mierda nada de lo que haga o descubra, así que esa es la parte en la que “La conspiración” hace que te parezca un poco más cansina.
Aparte, como toda buena película de época y juicios que se precie, sí que es cierto que los actores están todos estupendos, teniendo cada uno de ellos sus quince minutos de gloria para lucirse como toca (yo me quedo con los momentos, ya hacia el final de la peli, en que el abogado alucina al ver cómo a la peña se la bufa completamente lo que le pase a la acusada, pasándose las leyes por el forro, sólo porque el país necesita un cabeza de turco al que cargar el asesinato). Y eso hace no sólo que la película parezca más creíble sino, también, mucho más entretenida a pesar de que casi todo pase entre la sala del tribunal, la casa de la acusada, la cárcel y dos o tres sitios más. Quiero decir que por muy histórica que sea, no es ese tipo de películas en que hay grandes escenas al aire libre, o que la acción se disperse entre sitios muy diferentes, lo que no tiene por qué ser malo, pero sí puede llegar a cansar un poco.
En fin, que “La conspiración”, aunque no sea una película flipante, al menos sí que consigue engancharte lo suficiente como para que no lamentes ni haberla visto, ni haberte dejado los dos o tres euros de rigor en el videoclub. Eso sí, seguro que las hay mejores.
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